Pues qué quieren que les diga. Nunca (y cuando digo nunca, es nunca) había creído en este tipo de cosas. Ello ofendía o al menos desagradaba a algunos conocidos y parientes, especialmente a mi abuela paterna, muy devota ella.
De entrada ya es un oxímoron intentar razonar cosas de la fe, pero el conflicto gordo viene cuando haces ver que esos ritos tienen orígenes paganos, muy anteriores en el tiempo a las creencias cristianas, y que lo único que hicieron fue apropiarse de ellos. Lío y gordo.
Pero no pasa nada, que al fin y al cabo tratamos con gentes de buena fe. Y de fe se trata. Hoy en el periódico me han encargado un artículo sobre una de esas romerías tan habituales en esta Galicia nuestra. “Fermín, vete a cubrir esto, como buen gallego que eres”. Y aquí estoy, camino de la romería de San Campio, en San Ourente de Entís, Concello de Outes. He tenido que buscarlo en el mapa. No debo ser tan buen gallego.
Primero un poco de documentación. ¿Quién era el tal Campio? ¿Algún vecino de Outes que había alcanzado la santidad? Pues no, aquí la historia comienza a darme la razón. A finales del S.XVIII un cardenal poderoso pidió al Papa Pío VI un mártir para venerar, ya que, en su parecer, en estas tierras las creencias paganas estaban demasiado extendidas.
Un santo de importación. Desilusionante. Descubro que el Papa les envió el cuerpo de un mártir soldado, que se hallaba enterrado en las catacumbas de Roma. Fue convenientemente acicalado, vestido para el combate e introducido en una urna de cristal. El resultado debió de ser muy bueno porque se cuenta que las Carmelitas Descalzas de Santiago pretendieron quedárselo allí cuando lo acogieron en una parada del transporte. Decían que en Santiago iba a ser mucho más venerado que en Outes.
Pues no sé qué decirles, porque este domingo 29 de septiembre, hay tal multitud de gente que me he visto obligado a dejar el coche en un aparcamiento disuasorio creado para la ocasión a varios kilómetros del la Iglesia de San Ourente.
Al final la localidad no eran tan desconocida. En la cercanía se hallan las Cabanas do Barranco, unas de las pioneras subidas a árboles de las que ya había oído hablar varias veces. El ambiente propicia este tipo de iniciativas. Veo en un folleto turístico que Outes también acoge unas casas de turismo rural con un magnífico aspecto. Los bosques rezuman una recia tranquilidad. Descubro que su madera estaba considerada como la mejor para fabricar barcos. Ello dio lugar a una infinidad de aserraderos y carpinterías de ribera en todo su litoral a la Ría de Muros Noia. Hoy la “ruta dos mariñeiros cos pés mollados” (https://www.outesturismo.gal/es/carpinteria-de-ribeira) nos trae el recuerdo de esos tiempos en los que centenares de personas se afanaban junto al mar para fabricar balandros, galeones y otras embarcaciones que hoy diversas asociaciones se esfuerzan por preservar.
Ya estoy junto a la iglesia. Un edificio sobrio sobre el que destaca la hermosa escalinata de entrada. Junto al templo unos cuantos puestos tradicionales evocan décadas lejanas. Rosquillas y velas. Las hay con todo tipo de formas de órganos o extremidades humanas. Incluso las hay de cuerpo entero para los que sufren sin descanso. Me planteo comprar una. Al fin y al cabo, tras tantas horas frente al ordenador, la espalda se resiente.
Asisto a la misa. La primera sorpresa es que no hay bancos, lo que parece extrañamente inadecuado para una multitud entre la que abundan las muletas. La segunda sorpresa es que el santo es citado una infinidad de veces, pero no se le ve por ningún lado. Intento descubrirlo por mí mismo, pero también afino el oído.
Me entero de algo curioso. Era típico venir a realizar ofrendas al santo antes de partir a la guerra. Normal, recordemos que era un santo soldado. Con el tiempo esto derivó hacia realizarlas antes de partir a cumplir con el servicio militar obligatorio. Esto nos da una muestra de cómo nos vamos ablandando con los siglos. Pero paralelamente está el segundo efecto, nada secundario, y que es el que me ha traído hasta aquí.
Los devotos asisten a la romería de San Campio para que les quite el demonio del cuerpo. Afinando más, hablan de quitar “o mal pequeno”, una especie de maldición, meigallo o mal de ojo. Excelente, ¿pero dónde está el santo?
Conseguí no tener que preguntar. Pude ver como los fieles pasaban por los laterales del altar. Les seguí. Allí estaba, tras el altar mayor. En su urna de cristal, el santo, de unas dimensiones realmente reducidas, recibía una interminable sucesión de reconocimientos y dádivas. Me detuve un buen rato frente a él. Ya les he dicho que no creía en estas cosas, pero el ambiente, pese a su extremada sencillez, no dejaba de tener cierta aureola de solemnidad.
Una vez fuera, escuché varias veces hablar de la ermita del Rial. Esta vez tendré que preguntar.
–Señoras, ¿qué es eso del Rial?
-Pero ti a que viñeches?
–Pueees, estooo, a quitar el Demonio del cuerpo!
–Pois quen vai a San Campio e non vai ao Rial, volve a casa co mesmo mal!
Vaya, así que la cosa tiene una segunda parte. Sigo a la multitud hacia una ermita cercana. A mi lado caminan las señoras a las que pregunté. Voy a meterme con ellas.
–Señoras, una pregunta: ¿qué hacen con todos los demonios?
–Como dis, rapas?
–Digo que qué hacen después con todos los demonios que le quitan a la gente. ¿Se quedan por aquí? Entonces Outes debe ser un pueblo endemoniado.
–Rapás, estamos a falar do espírito. O mal sácase e elimínase. O problema téñeno aqueles aos que queda dentro, entendes?
Touché. Agacho la cabeza y las acompaño a la ermita. Bebemos en una fuente, apoyamos la frente en un santo de piedra, damos 9 vueltas a un crucero y deposito la espalda de cera.
–¡Vaya, pues ya me siento mejor!
–Ti si que es o demo, rapas. Ja, ja. Xa nos avisaban que o demo cada día está máis guapo.
-¡Señooora!
Y por un momento me sentí Carlos Herrera. Habrá que invitar a unos berberechos.